jueves, 14 de febrero de 2013

Confesiones (I)



Chippenham, reino de Wessex, año 878 

Miles de hombres fuertemente armados se lanzan en plena noche contra la fortaleza real de Chippenham. Gutrhum, rey de los vikingos daneses en tierras inglesas, encabeza el contingente confiado en que el ataque será todo un éxito. Sabe que los sajones creen que ellos nunca emprenden campañas en invierno. <<Ilusos>>. El danés sonríe irónicamente mientras el gélido viento corta su tez como cuchillas afiladas durante su avance.

         Los daneses arrasan la fortaleza en poco tiempo. Las hachas de los soldados sesgan toda vida que encuentran a su paso. La resistencia es mínima. Pocos son los sajones que osan enfrentarse a unos hombres que parecen adquirir nuevas fuerzas a pesar de padecer graves heridas en sus miembros. Son los temibles berserkers: soldados a los que el ruido de la batalla y el derramamiento de sangre en torrentes, les hace entrar en un estado de frenesí que multiplica sus fuerzas por diez. Se muestran insensibles al dolor y llegan a exponer con soberbia ante sus enemigos sus cuerpos bañados en sangre.
Los pocos hombres que consiguen escapar lo hacen sin orden y con rumbo incierto. Sólo anhelan salvar sus vidas…

Winchester, reino de Wessex, año 899

- ¡Corred y salvaos! ¡Huid!
Alfredo despertó repentinamente empapado en sudor, desorientado y con todos los músculos de su cuerpo en tensión. Asser, que sujetaba la mano del monarca comenzó a sentir una fuerte presión sobre sus dedos.
- Calmaos, mi señor, solo habéis tenido un mal sueño.
A pesar de las palabras del joven monje galés, Alfredo no conseguía relajarse por completo. De nuevo había sido testigo de la cruel masacre que tenía grabada a fuego en su memoria y que constantemente le perseguía en sus sueños.
Asser empapó un pedazo de tela y lo colocó sobre la frente del rey para intentar atenuar las fiebres que Alfredo llevaba sufriendo varias semanas a causa de su enfermedad.
- Me recordáis a alguien –dijo agradecido Alfredo, mirando al monje con las pupilas aún dilatadas, pero visiblemente más calmado.
- ¿Mi señor?
- Sí, sin duda. Sois su vivo recuerdo. Actuaba como tú. Velaba por mi espíritu día y noche. Siempre se mantenía a mi lado ya fuera en tiempos de guerra o de paz. Me aconsejaba con palabras que…
Alfredo se detuvo. De nuevo parecía abandonarse a los recuerdos de su vida.
- Continuad, os lo ruego –le exhortó intrigado Asser. Pero el rey ya se encontraba muy lejos y no escuchaba las palabras del monje.

Winchester, reino de Wessex, año 871

- ¿De verdad creéis que puedo perder mi tiempo en vuestras ridículas peticiones?
Los dos campesinos que se encontraban arrodillados frente a Alfredo tragaron saliva al unísono y se miraron entre sí. Uno de ellos alzó la cabeza y, tratando de disimular sus nervios, se dirigió al rey:
- Mi señor, el pueblo pasa hambre, las cosechas no son suficientes. Las tierras quedan baldías por los ataques vikingos que sufrimos continuamente. Comprendemos que su majestad…
- ¿Qué vais a comprender vosotros? ¡Unos simples campesinos que solo saben preocuparse por sí mismos y sus estúpidos cultivos! –exclamó Alfredo-. ¿Sabéis lo complejo que es administrar un reino que…?
El rey detuvo sus palabras y observó con desprecio a aquellos hombres.
- Es inútil –comenzó diciendo en voz baja-. Es inútil hablar con gente como vosotros. Yo lucho contra aquellos que destrozan vuestras cosechas y en vez de agradecérmelo me dedicáis quejas y me hacéis peticiones que no van más allá de vuestro propio bienestar.
- Mi señor, no era nuestra intención…
- ¡Silencio! Os lo advierto: no quiero volver a veros por aquí. Y ahora, ¡marchaos antes de que cambie de opinión!
Neot, que había presenciado toda la escena, observó apenado cómo los campesinos se marchaban a toda prisa. Sin embargo, podía leer en sus ojos que temían más la reacción de los aldeanos ante la negativa de ayuda del rey que el haber podido perder sus propias vidas durante aquella mañana.
- Mi señor Alfredo –dijo Neot llamando la atención del rey.
- ¿Y vos qué queréis ahora?
- No concede siempre victorias sobre sus enemigos el Todopoderoso –comenzó a decir el monje ofendido por la actitud déspota que el monarca había tenido con los campesinos y consigo mismo-, sino que también permite ser acosado por ellos. ¿Acaso tiene sentido que el Señor, en cuyas manos están los corazones de los poderosos, coloque a éstos en la cumbre de la prosperidad con el fin de ver sufrir a sus siervos? Los pecados de un hombre deben ser corregidos en este mundo, por lo tanto el Juez verdadero no dejará impune tu pecado.
Tras pronunciar estas palabras, ante las que Alfredo no supo reaccionar, Neot, dando la espalda al rey, se marchó.

Winchester, reino de Wessex, año 899

            - Tenía razón. Tenía razón y yo no le escuché. ¡Yo no le escuché! ¡No le escuché! –gritaba Alfredo al tiempo que su cuerpo se convulsionaba con fuerza.
            - Calmaos, calmaos, os lo ruego.
            Asser apartó la tela húmeda de la frente del rey, colocó su mano sobre ésta e, inclinándose sobre el pecho de Alfredo, comenzó a rezar por la vida de su rey.